Nada se compara con la emoción de viajar. Leer historias de personas que dejaron todo por perseguir sus sueños y viajar por el mundo hace que el corazón se me salga del pecho. Es algo que no puedo controlar. Como la emoción que siento desde el momento en que compro un pasaje hasta que me subo al avión.

He viajado a varios lugares en el mundo, como Madrid, Budapest, París, Viena, entre otros; pero Roma siempre ha estado dentro mío, llamándome en silencio. Pasaron muchos años desde ese primer llamado y con la visita de mi hermano en Marzo pasado decidí que era el momento de hacer realidad uno de mis grandes sueños.

¿Qué puedo decir que ya el mundo no haya escuchado sobre esta bellísima ciudad? Muchas veces las palabras no son suficientes para describir lo imponente que es la arquitectura del lugar, lo deliciosa que es la comida, la cantidad de turistas caminando por las calles, el ruido incesante de los autos, lo bello que son los atardeceres, cuan parecida y distinta a la vez es de Argentina, la cantidad de selfie sticks que se ven en las calles, los vendedores ambulantes que no te dejan respirar, lo contagioso que es el idioma, entre otras miles de cosas.

Fue sin dudas un viaje que me llenó de emociones ciertamente inesperadas. Me emocioné muchísimo y me sentí completamente vulnerable. Amé este viaje y ame compartirlo con mi hermano aunque nos hayamos peleado mucho, así es la familia ¿qué se le va a hacer?

Por supuesto no quería volver y en lo único que pensaba era en seguir viajando o en ¿cuándo haré mi próximo viaje? Supongo que viajar esa así, adictivo. Y a decir verdad no tengo ningún problema con mi adicción...